Enlil
La efusión de una hora deliciosa sobreviene de improviso en un momento en el que no existe ni noche ni día, justo en ese silencio embriagador donde las aguas del mar, los ríos y la niebla se entremezclan, unificando un cuerpo y engendrando el sedimento que dará consistencia a este cosmos.
El suelo y el lodo están presentes y serán ellos los que moldeen los dos horizontes limítrofes del orden que comienza: el cielo y la tierra, finalmente. Sin embargo, el pico de la montaña, cuya base se encuentra en la tierra, está impregnado del inmenso anhelo que despierta en el alma las primeras turbaciones del amor verdadero, y anhela alcanzar el cielo.
Lo que aún no sabe es que este arrebato loco de amor genuino engendrará al hijo maldito de la separación: Enlil ha llegado y se ha investido como señor.
"Separados los quiero a ambos", pronunció, "aunque debamos ser una triada unida, nunca más estarán juntos".
Asustados por la violencia de los sentimientos que el acento de aquella frase despertó en sus corazones, ambos comprendieron el peligro de contener ese amor. La presencia de Enlil ha separado estos horizontes ahora inalcanzables y nos maldice con el amanecer de su rencor.
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