Cosmogonía
Y se levanta la joven Aurora del lecho donde lo antiguo la mantenía oculta, y con ella llega la nueva generación de dioses ruidosos y en plenitud. Las fuerzas primitivas, en ese estado larval, eran incapaces de adaptarse al nuevo ritmo de la existencia. Después de algunas disputas cuyos detalles no son relevantes aquí, Tiamat, el monstruo primordial del caos, paradójicamente invocando a la vida y la maternidad en un nombre que rebosa de ira contra lo que es renovador, decide suprimir a su descendencia.
Al darse cuenta de las intenciones matricidas de ese monstruo, los dioses jóvenes imploran protección a Marduk, quien preside la justicia, el orden y el buen gobierno.
Los dioses, refugiados en las estrellas como pequeños cervatos temblorosos y temerosos, enfrían el sudor del miedo y beben inmensas copas de vino para calmar la sed de angustia, mientras los dos oponentes se enfrentan en un singular combate.
¿Te das cuenta de tu irracionalidad al querer deshacerte de tu descendencia, turbulento mar salado?
¿Por qué debería mi corazón pensar en tales cosas? Son entes ruidosos, llenos de imprudencia y ahora los repudio, aunque los haya engendrado. Y así corregiré mi error.
Si es imposible hacerte cambiar de opinión, debes saber que habrá oscuras consecuencias.
No vendré a suplicarte, porque a estas alturas, sin compasión ni respeto por mí, me matarías desarmado como a un ser indefenso en cuanto abandone mis intenciones. Ya no hay lugar para discutir el asunto, es mejor comenzar el combate para ver a quién concede la victoria el caos.
Lo que Tiamat no sabía era que los dioses jóvenes habían pagado un alto precio por la protección, y ahora Marduk era su rey, y todos los poderes juveniles se manifestaban en él. Marduk invocó un vendaval intenso y mantuvo abierta la boca de Tiamat, lo que le permitió clavar una flecha en su estómago y así poner fin a su existencia.
El cuerpo del monstruo abatido fue utilizado para formar el universo. Marduk lo partió en dos como se hace con un pez seco, elevando una de sus mitades para crear la bóveda celeste y usando la otra para crear la tierra. Luego, derramó la sangre de uno de los secuaces de la deidad primigenia y con ella creó a la humanidad. No debería sorprendernos, entonces, que nuestra naturaleza siempre nos arrastre hacia el caos original.
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