La huella
La guerra había terminado. El emperador Amarillo había unificado China. Como el sol que se pone y da paso a un breve crepúsculo seguido de la tranquila oscuridad de la noche, así descansaba el este después de la agotadora batalla.
Sin embargo, ahora se enfrentaban a cuestiones más triviales, como mejorar los sistemas de registro de información de una nación en crecimiento. El emperador se dio cuenta de la falta de agilidad en los primitivos sistemas que utilizaban nudos en cuerdas, y decidió enviar a su erudito más valioso, Cangjie, a resolver esta problemática.
Cangjie, un hombre de mediana edad sin llegar a ser anciano, tenía una complexión recia, una buena estatura y anchos hombros. Era resuelto en sus gestos y su rostro era tosco, pero con una mirada profunda y viva. A pesar de su robustez y ligera obesidad, sus cuatro ojos parecían comprender mejor la realidad que cualquier hombre común. Era, sin duda, una persona excelente en todos los aspectos y su dignidad era intachable.
Después de recibir la orden, Cangjie se dirigió al río más cercano en busca de una solución para agilizar la situación que tanto contrariaba al Emperador. Se sentó en la orilla e intentó, con devoción, completar esa tarea ardua. Sin embargo, pasaron días y noches mientras cavilaba sobre la posibilidad de tal empresa. Solo tenía ideas vagas que lo conducían por caminos sin salida, oscuros, confusos y equivocados.
Una mañana, detuvo su mirada en el horizonte, impaciente y desasosegado por la imposibilidad de completar la tarea. Su confianza comenzaba a quebrantarse debido a este retraso. De repente, una llama iluminó el cielo y la tierra sombría. Era un Ave Fénix que surcaba los cielos, llenándolo todo de colores aurorales. El ave dejó caer algo desde su pico, trazando en el suelo una enorme huella que Cangjie no pudo reconocer. Decidió esperar a que pasara algún aldeano para pedir ayuda. La respuesta del primer cazador que encontró fue breve y poco expresiva.
Es la huella de un Pixiu - dijo el aldeano.
Sorprendido por su respuesta y al saber que estas criaturas son raras y difíciles de ver, Cangjie cuestionó a su interlocutor acerca de su seguridad.
¿Cómo estás tan seguro?
Las huellas de un Pixiu son completamente distintas a las de cualquier otra criatura viva.
El aldeano retomó el camino sin más, pero la respuesta había resultado maravillosamente inspiradora para Cangjie. Pensó que si pudiera capturar en una imagen las características precisas de cada cosa en la tierra, sería la forma ideal de organizar de manera más precisa los inmensos registros que su gran nación requería.
Entonces, con fervor, comenzó a prestar atención a cada característica de las cosas: el fluir murmurante del río, las luces vivas del amanecer y el atardecer, el hombre mismo y sus secretos, que con un solo carácter definía sus múltiples facetas. De igual manera, observó la luna, el sol, las estrellas, las grandes bestias y las diminutas criaturas del campo abierto. Nada escapó a su inspección, nada fue prescindido, excluido o ignorado. Así creó una extensa lista de caracteres para la escritura. Y con este nuevo alfabeto, los hombres pudieron prolongar el breve instante de la vida, expresar la angustia, las penas y las alegrías, y simbolizar lo aparentemente inefable.
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