El fracaso de un héroe



La soberbia en Gilgamesh no era más que la marca del obrero en su obra. Los dioses habían invertido todos sus esfuerzos en conjunto para crear a la humanidad, y era de esperar que en alguno de ellos surgiera esta inmensa necesidad de trascendencia. La similitud entre el hombre y los dioses radicaba en su entendimiento infinito, pero la distancia que los separaba se basaba en su voluntad. Como medida preventiva, los dioses otorgaron a los hombres la muerte como herencia.

Esto era algo que a Gilgamesh no le importaba. El rey de Uruk no podía simplemente conformarse con esa ley común impuesta por los dioses a los hombres. Por lo tanto, incesantemente buscó realzar su imagen frente a los demás, y su condición mortal lo llevó a demostrar su poderío en primera instancia, recurriendo únicamente a la fuerza bruta para exhibir su inquebrantable figura ante los demás. Sin embargo, incluso así se encontró con sus propios límites.

Se lanzó entonces a la conquista de una gloria eterna que enmarcaría su inigualable existencia, pero solo encontró un espectáculo de muerte. La pérdida de su amigo lo llevó a enloquecer de dolor y a dirigir su búsqueda hacia el hombre de los días remotos, pues solo él conocía el secreto divino de la inmortalidad. Encuentra al hombre de las aguas profundas, pero inmerso en un mar de negación absoluta, incapaz de otorgarle el secreto. En cambio, el hombre le permite buscar consuelo en la planta de la juventud. El guerrero la obtiene, pero una serpiente se la arrebata en un breve descuido, privándolo de la posibilidad de alcanzar la gloria. Así, no le queda más opción que entregarse a las tribulaciones de una humanidad ávida de grandeza divina, pero carente de la voluntad necesaria para alcanzarla.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La soledad de Nüwa

El diluvio universal

Ganesha