El amo y el esclavo


Piadoso deseo es pensar que la intervención divina nunca se discute; sin embargo, muchas de sus acciones inclinan al hombre hacia la injusticia o actos de irracionalidad. Todo esto empezó a elucubrar mientras aquel amo caminaba a campo abierto junto a su esclavo, un hombre menudo, taciturno y complaciente en todo lo que el señor necesitaba.

Tengo miedo de saber a dónde vamos - acongojado, continuó caminando por un sendero aún áspero frente a sus ojos.
Señor, nunca sabemos hacia dónde vamos, pero todo eso está escrito en el firmamento de los dioses.
¿Y ellos tienen razón?
Deben de tenerla, y solo debemos aventurarnos en sus brazos y esperar sus designios. ¿Acaso somos dueños de nuestros propios actos?
El amo, azorado por las palabras, siguió parsimonioso el camino trazado, pues debía llegar al destino planteado al día siguiente para un cambio radical. Sin embargo, en el último momento decidió detenerse y comunicar a su acompañante su nuevo dictamen.

Está claro que si los dioses han trazado un camino para mí, no debe ser uno que desee. Por lo tanto, desdeño su deseo.
Haces bien, mi señor. ¿Por qué ofrecer un sacrificio a un dios si puedes acostumbrarlo a seguirte como a un perro?
El amo no esperaba una respuesta tan complaciente y, angustiado por la falta de crítica, decidió cambiar de rumbo. Pero después de mucho caminar, una nueva cuestión atormentaba su mente.

Pero, ¿y si esa gente me necesita?
Pero ¿por qué te atormentas, mi amo? Al final, consumirán el grano, perderán interés y, encima de todo, maldecirán al señor. No hay razón para preocuparse por gente ingrata.
Las respuestas eran perfectas para aplacar la conciencia que le perforaba su sentido de responsabilidad, pero aquel esclavo estaba lejos de brindarle tranquilidad a la creciente ansiedad. Aquella complacencia anudaba su estómago y saturaba sus pulmones con un aire pesado que hacía imposible seguir adelante. Se detuvo y volvió a cuestionar.

¿Y mi promesa de honor ante la inminente batalla? ¿Qué opinas al respecto?
¿Prestar servicio de utilidad pública? Basta con subir a las colinas y ver los cráneos que hay allí. Entonces, mi amo, dime: ¿dónde está el malhechor y dónde el Bienhechor?
El hombre entendía que la labor del esclavo siempre era complacerlo, sin embargo, sus respuestas lo agobiaban y le causaban más terror que aceptar su responsabilidad en una guerra inminente. Pero ese miedo tampoco le permitía tomar una decisión.

Finalmente, solo quedaba la perspectiva del suicidio, una respuesta no mencionada pero latente en todo su discurso de aquella conversación intermitente. Todo estaba echado por tierra, incluso la racionalidad de un pensamiento lógico y aceptado. Los fuegos artificiales de argumentos contradictorios que el esclavo se había esforzado por elaborar habían convertido al amo en un instrumento de eficacia muy dudosa.






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