Rito funerario
Abubakar descansaba rebosante en aquel lecho mortuorio, donde las imaginaciones del miedo son tan absurdas como la esperanza y sin duda mucho más penosas. Su cuerpo era preparado para los ritos establecidos en un pueblo donde la muerte es esperada y dirigida por Anubis hacia el lugar del juicio.
Sutilmente, aquel cuerpo era lavado y un súbito resoplar bastaba para agitar el ánimo del ritual, mientras un instinto arraigado y antiguo se derramaba sobre el hombre que esperaba un juicio justo. El cuerpo, liberado de la mayoría de sus partes corruptibles, pasaba a ser preservado mediante un delicado masaje de natrón, intentando conservar aún la minúscula parte del soplo de vida. Era importante mantener el cuerpo intacto, para que la fuerza vital tuviera un lugar donde habitar después de la muerte.
Rellenado con especias y plantas aromáticas, el cuerpo era envuelto en vendas de lino y protegido por amuletos y textos religiosos, mientras aguardaba en su tumba la visita de su ba. El entierro era poco profundo, enaltecido en una exaltación sagrada en las ardientes arenas del desierto, lo cual ayudaría a la momificación del cuerpo y a la espera indefinida de su posible resurrección.
De repente, desde lo alto de la tribuna, Abubakar concebía la idea misma de su existencia. Pasaban a través de él imágenes que resumían toda una vida. Entendía entonces que la moral es una convención privada, y la decencia, una cuestión pública. Observaba entre sus actos que cualquier licencia que se permitía, demasiado visible, lastimaba a otros sin razón. Jamás se había percatado de las consecuencias de cada acción egoísta que había cometido, y así adquirió una detestable reputación como cazador de herencias, olvidando simplemente lo que realmente importaba. Ahora era tarde. Un sonido seco resonó al fondo de aquella sala, el horror se apoderó de él. La balanza se había inclinado y no a su favor.
Mientras tanto, Anubis ya había conducido a Abubakar a la sala de las dos verdades, y su corazón, símbolo indiscutible de su moralidad, retumbaba como un tambor esperando su juicio. Anubis tomó aquel poderoso emblema latiente y lo colocó en una bella balanza de oro, contra una hermosa pluma blanca que representaba el Mâat, el concepto de verdad, armonía y orden universal.
Entonces, frente al juicio, apareció la bestia ancestral devoradora de corazones, Ammit. Su monstruosa forma fusionaba la imagen de un cocodrilo, un león y un hipopótamo, y arremetió contra la balanza, tomando el corazón de un solo bocado. Abubakar gritó de horror y aquel grito selló su negativa a la inmortalidad.
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