Decerto



La angustia inherente a la vida empuja a los hombres fuera de su centro, y los dioses no están exentos de estas perturbadoras emociones que socavan su anhelo de inmortalidad. Decerto se encontraba inmersa en la intensa huida de su esencia. Su corazón se sumía en la oscuridad, como si fuera una catástrofe natural de la cual simplemente deseaba escapar. Inanna se percató de esta angustia y, sintiendo compasión por la diosa, decidió brindarle consuelo y protección a sus anhelos. Sin embargo, la respuesta de Decerto no fue la esperada. "No es de tu incumbencia. Mi soledad y dolor son asuntos personales que deseo enfrentar por mi cuenta. La melancolía es una consejera ciega. Déjame en paz", replicó Decerto. "¿Qué buscas aquí, Inanna? ¿No entiendes que tu doctrina de la compasión no tiene nada digno de elogio? Solo intentas reafirmar tu superioridad sobre nosotros, dioses de menor envergadura", cuestionó Decerto. "Me preocupa tu semblante, joven y bella diosa", afirmó Inanna. Decerto se sintió como una esclava, aprisionada al ver la imagen de aquel humilde pastor frente a su templo, depositando simples tributos para implorar fertilidad en sus campos. Decerto lo observaba fijamente, buscando la razón por la cual aquella criatura inferior despertaba sus deseos. El desplante de arrogancia enfureció a Innana, quien decidió enseñarle una lección a aquella desobediente diosa con un castigo ejemplar. Mientras la aurora se alzaba y el sagrado día comenzaba, seleccionó a uno de los adoradores que ofrecían sacrificios en uno de los templos dedicados a ella, para que fuera él quien experimentara una pasión desbordante y ciega, similar a su propia melancolía. Este encuentro dio lugar a un fruto, una pequeña niña. Sin embargo, Inanna también decidió poner fin al encanto que Decerto sentía por el pastor. Al regresar a la realidad, Decerto reaccionó ante aquel idilio que se le había ofrecido y comprendió las consecuencias de su prolongada inconsciencia. Sintiendo un odio tremendo hacia el pastor, lo asesinó sin reparos. En cuanto a la niña, la abandonó a su suerte, otorgándole una granza futura pero privándola de una madre. Tranquilo y sonriente, con una mirada retrospectiva, el pastor observaba las rocas, rogando por la compasión de aquella diosa desconocida, cuando Decerto no pudo más y se presentó ante él envuelta en un hálito de deseo. El pastor no pudo resistirse y sus cuerpos se enroscaron en un cálido abrazo de necesidad. Poco a poco, el fuego de sus almas derritió ampliamente sus cuerpos. Llena de vergüenza y angustia, Decerto se arrojó al agua para liberarse de la agonía de su alma. Sin embargo, los dioses no permitieron tal desacato universal y, al intentar evitar la tragedia, la transformaron en una criatura anfibia. Aunque seguía siendo una hermosa mujer en la parte superior, tenía una cola de pez. Ahora, su fortuna le otorgaba dos mundos con los cuales lidiar.

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