Mundos opuestos

No es necesario recurrir a la oscuridad del caos para identificar actitudes negativas, incluso en deidades encargadas de mantener el orden cósmico. Esto fue evidente en el caso de Nergal, quien reaccionó de manera ofensiva frente al ministro del inframundo, Namtar, enviado por Ereshkigal para representarla en una importante reunión de los dioses.

Si bien las diferencias entre las divinidades podían ser expuestas, siempre debía existir un diálogo diplomático. Sin embargo, Nergal, sin considerar las consecuencias, adoptó una actitud poco sutil y hosca hacia el ministro, tal vez por su asociación con la experiencia maligna de la muerte. Namtar, en calidad de delegado del inframundo, entendía que su posición en el orden cósmico era intrascendente; para él, el cielo y el inframundo eran líneas paralelas con igual importancia. El mal, según él, no era más que un nombre para lo inconcebible, lo amenazante, y no tenía relación con las conciencias libres que definen los actos de cualquier ser. Por tanto, la actitud insolente de Nergal provocó cólera en Namtar, quien exigió un castigo ejemplar para el dios.

En ese momento, Enki, el dios creador del hombre, decidió intervenir y defender a Nergal. Sugirió que Nergal se presentara ante la diosa y ofreciera sinceras disculpas por su comportamiento. Sin embargo, antes de partir, Enki advirtió a Nergal que no debía comer ni beber nada en el mundo mortuorio, que no debía lavarse los pies y, lo más importante, que debía resistir la tentación de la belleza de la diosa. Le recordó a Nergal que el olvido puede hacer que sea fácil escapar del poder de la sensatez.

A pesar de las advertencias, la prohibición misma genera el conocimiento de lo que prohíbe. Nergal descendió al inframundo, sabiendo lo que no debía hacer, pero envenenado por la ansiedad de conocer la mítica belleza de la que otros hablaban.

El viaje transcurrió en paz, y Nergal llegó a la corte después de atravesar las siete puertas del inframundo, acompañado de los siete escorpiones negros, símbolos de las plagas, y portando un trono hecho de maderas preciosas como obsequio para la diosa. La corte era elegante y alegre, y era evidente la abundancia de hombres, ya que a la diosa no le agradaba exhibirse en público.

Al ver la entrada triunfal de Nergal, Ereshkigal quedó sorprendida por su apariencia. La atracción fue instantánea. La carga del obsequio que llevaba consigo había revelado su imperfecta pero deseable imagen, casi como la de un mortal, aunque su divina elegancia brillaba ante la mirada asombrada y extasiada de la diosa. Nergal también se sintió cautivado por su belleza, pero sabía que la libertad de decisión es una oportunidad que no garantiza el éxito.

Decidió seguir las recomendaciones de Enki y respondió negativamente a cada propuesta de la diosa. A pesar de que Ereshkigal lo deseaba y estaba dispuesta a traspasar los límites de la prohibición, suavemente lo invitó a sus aposentos, donde se ofreció a tomar un baño, permitiéndole a Nergal observar su cuerpo desnudo. Aunque el "no" en su interior era dirigido hacia sí mismo, no pudo resistirse. Nergal se permitió disfrutar de los frutos prohibidos de la diosa y no había vuelta atrás.

Durante siete días, se entregaron al idilio de sus cuerpos, rebosantes de deseo. Las líneas imaginarias entre el bien y el mal que Nergal había construido se desvanecieron en aquellos encuentros amorosos. Pensaba que entre sus brazos podría contemplar las escenas más crueles y desgarradoras, y lo último que sentiría sería compasión, absorto en aquel embriagador deseo que la diosa le otorgaba.

Sin embargo, con el tiempo, el placer se vuelve cotidiano y la extrañeza y la alienación hacia el deseo alcanzan su punto máximo y se desbordan. La conciencia perdida de una realidad contundente y angustiante vuelve a surgir. Poco a poco, Nergal fue despertando de ese amor y, en el séptimo día, logró liberarse del hechizo y salir sigilosamente del inframundo, atravesando las siete puertas.

Absorta en la perturbadora imagen de lo salvaje ante la pérdida de su amante, Ereshkigal se desmoronó como una rama de un viejo árbol a punto de caer sobre el trono nocturno que debía custodiar. Inconsolable por la pérdida, no podía razonar, ahogada por la angustia de lo efímero.

Sin embargo, su fiel ministro Namtar se ofreció a buscar al desertor de aquel puro amor entre las nieblas y llevarlo ante su trono. Namtar haría entender a ese ingrato dios que la conciencia no reside únicamente en el reino de los cielos o los inframundos, sino que está en todas partes y en ninguna. Está en la nada y en la necesidad del otro por existir. Namtar le haría entender que sus desavenencias no eran más que consecuencia de sus propias decisiones y que ahora debía enfrentarlas.

Enki, consciente de los deseos inquebrantables de una voluntad que ha recogido para sí la luz de su entorno para observar mejor los objetos de su insaciable apetito, sabía perfectamente que enviarían en busca de Nergal. Por eso, decidió ocultarlo bajo la apariencia de otro dios. Namtar lo buscó incansablemente, pero no logró reconocerlo. Nergal, disfrazado como un dios menor sin corona que no dejaba de parpadear, regresó ante su diosa con las manos vacías y avergonzado. Sin embargo, al informar del fracaso de su misión, Ereshkigal se dio cuenta del engaño y, enfurecida, optó por la venganza en lugar de la súplica.

Envío un ejército del inframundo a la tierra de los vivos, y rápidamente el número de muertos comenzó a superar al de los vivos. La esencia del mundo se volcó gradualmente hacia la voluntad del corazón de las tinieblas, del corazón de una diosa herida.

Un abismo incontenible brotó de las entrañas de Nergal ante la masacre, y él, ciego de ira y sediento de venganza, regresó al inframundo dispuesto a poner fin a la existencia de la diosa. Su cuerpo era impulsado por el deseo de venganza, insaciable y sin fin, sin encontrar satisfacción por ningún medio. Su odio era tal que las siete puertas fueron violadas sin obstáculos y llegó ante la diosa, tomándola de los cabellos y estando a punto de decapitarla. Fue entonces cuando ella, sin reparos, le confesó su amor.

Ereshkigal le reveló que sin él, ella estaría vacía, estaría allí pero no sería ella misma, que lo necesitaba a su lado, bajo esa tierra gélida de penumbra y dolor. Le pidió que se quedara con ella y fuera su compañero en este lado del orden cósmico.

Desarmado ante su sinceridad, Nergal no pudo hacer más que aceptar su petición y fundirse con ella en los dominios de la niebla de esa tierra muerta.

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