El diluvio universal

Shamas se levantó del lecho junto a un mundo inmensamente vivo, con el propósito de llevar su luz a inmortales y mortales, mientras Hadad, desde lo alto, tronaba demostrando su poder supremo. Mientras tanto, Innana contaba los infinitos pesares que aquellos mortales ocasionaban con su insensatez al cosmos divino que ellos resguardaban. Afligida, exponía la insostenible situación a la que esas criaturas habían llegado.

"¡Queridos hermanos que existirán para siempre! Me he volcado en la búsqueda de un rey prudente entre toda esta podredumbre que se nos presenta, pero no he encontrado ninguno benévolo o amable, ninguno que respete en su mente lo justo. Solo hombres, reyes y plebeyos que son siempre crueles y autores de tropelías. Esto no puede seguir así".

Las palabras de la diosa habían llegado profundamente a los corazones de las demás deidades reunidas allí. Todos tenían esa inquietud desde hace tiempo, pero ninguno se había atrevido hasta ahora a mencionar el hecho. Fue entonces que Shamas tomó la palabra.

"Innana, tu angustia es loable y entendible, pero ¿qué podemos esperar de seres inferiores a la divinidad? Su ignorancia es inmensa y su culpa menor. La ruptura que generan en el orden universal se ensancha cada amanecer. Seguir permitiendo su caos a la larga terminará con nosotros. Nuestros trabajos dan equilibrio, pero ellos, con sus actos, lo corrompen".

"¿Y qué propones?", preguntó Innana.

"Exterminarlos, acabar con su estirpe", respondió Shamas.

"¿Bajo qué método?", inquirió Innana.

"Sin duda, el agua sería la purificación de este mundo. Un diluvio es lo que propongo", afirmó Shamas.

"¿Insinúas que el hermano Hadad se haga cargo de esta empresa?", preguntó Innana.

"Sin más, hermana, él es el indicado", respondió Shamas.

El murmullo se generalizó y todos observaron a Hadad, aquella deidad fornida, hosca y magnánima que se erguía con su pecho de toro, haciendo rugir los cielos a cada paso.

"¡Ay de mí si no acepto! Sin embargo, temo y no sin razón que en el desarrollo de esta empresa, alguno de ustedes, hermanos, inste a tender una trampa. Espero que sus magnánimos corazones no alberguen tinieblas de ese tipo", comentó Hadad.

El comentario de Hadad generó habladurías entre los dioses, debido a su cercanía con Shamas y cómo empezaba a representarse como una deidad solar, empoderándose sobre los demás. Sabía que alejarse de sus deberes universales podría dar paso a algún desajuste cósmico y ser relevado del poder que estaba siendo incluido.

Mientras tanto, Shala tomó la indumentaria de Hadad y, con la parsimonia de una esposa dolida y preocupada, cubrió el poderío de su cuerpo mientras se despedía de él con lágrimas en los ojos. La empresa sería inmensa, un diluvio universal no podría ejecutarse en un amanecer. Debía contener toda la fuerza de aquel dios imperante.

Enlil, mientras tanto, había salido sigiloso de aquella reunión y había ido en busca de un pequeño labrador de tierra que vivía a las faldas del monte Ararat. Su divinidad se postró frente a él e informó del gran diluvio que acontecería. Ordenó entonces que metiera a dos criaturas (macho y hembra) de cada especie en un arca que él mismo elaboraría con sus propias manos, y que metiera a su familia ahí hasta que aquel tremendo diluvio cesara. Luego, como los únicos supervivientes de aquella purificación, lo adorarían a él con el nombre de "Dios único", pues solo a él debían nombrar, siendo él el creador de todo.

Así fue, Hadad logró el inmenso diluvio y los mortales se extinguieron en casi su totalidad. Solo aquella indefensa familia se mantuvo en la tierra, y su existencia no fue percibida hasta muy tarde, cuando el "único Dios" ya se había posicionado y todos los demás habían sido simplemente olvidados.

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