Negada inmortalidad


En la monótona y solitaria vida de un hombre dedicado a sus dioses, Adapa se desempeñaba como sacerdote en el templo de Enki, el dios de la sabiduría. Sus habilidades habían llevado la prosperidad y la civilización a su pueblo, y él había entregado su vida a adorarlo.

Este hombre tenía un temperamento tranquilo y la sabiduría otorgada por su deidad protectora se manifestaba en él. Sin embargo, una mañana, se vio inundado por un mal humor repentino. Su día se volvía sombrío, las cosas estaban fuera de lugar y su suerte parecía ponerlo a prueba.

El sol derramaba sus rayos sobre su alma, las flores perfumadas parecían expresar sentimientos y las palpitaciones de su corazón comunicaban a su cerebro su creciente agitación, fundiendo gradualmente cualquier idea en un vago deseo de destrucción.

Así era el pensamiento de Adapa, débil y perturbado, pero creciente como la marea de medianoche. Decidió buscar consuelo en el mar para aquellas sensaciones tan fuera de lugar para alguien de su estatus. Se dispuso a pescar, buscando calmar la ira inexplicable que lo enardecía constantemente. Sin embargo, esto no resultó ser la solución, sino todo lo contrario. Un fuerte viento volcó su embarcación y destrozó su pequeña propiedad y sustento. Molesto, regresó a tierra firme y, en un arrebato, rompió las alas de la estatuilla de Ninlil, el Viento del Sur, en el templo donde estaba resguardada.

Desobedecer e injuriar a cualquier deidad es algo que el Padre de los dioses no tolera, por lo que, enfurecido por la afrenta, Anu lo mandó llamar. Pero antes de que llegara la citación, Enki lo previno, pues era su mejor sacerdote y no permitiría perderlo. Por lo tanto, lo instruyó sobre cómo comportarse durante la audiencia.

"Adapa, te prevengo, hijo mío. Anu está indignado por la ofensa que has infligido a Ninlil. Vendrá por ti y deberás acudir a su llamado. Preséntate con humildad y discúlpate por tus acciones. Bajo ninguna circunstancia, debes probar nada de lo que se te ofrezca, o de lo contrario, morirás".

"¿Seré despojado, traicionado, muerto y devorado por los dioses debido a ese pequeño arrebato de ira que me invadió?", preguntó Adapa.

"No, si haces lo que te estoy diciendo", respondió Enki.

"Así lo haré y me postraré ante ti, adorando tu divinidad", afirmó Adapa.

"Eres un buen hijo. Todo estará bien", concluyó Enki.

Y así, Adapa se presentó ante el tribunal celestial. Pronunció la bendición de los peregrinos en tierras divinas, revestido de humildad absoluta, como un corazón extasiado por el amor infinito que podría rendir a los dioses. Anu se sintió conmovido por esa muestra humilde de disculpa e impresionado por su sinceridad. Se levantó y se acercó a él, y el brillo de su boca húmeda resplandecía en su inescrutable rostro de dios padre.

En el último momento, el dios cambió de opinión y reconsideró la vida del sacerdote, así como las enseñanzas que podría transmitir a su pueblo en cuanto a la adoración divina. Ordenó que se le ofreciera un gran banquete al mortal, con alimentos que le otorgarían la inmortalidad en lugar de la muerte. Sin embargo, Adapa, instruido por Enki, rechazó vehementemente cualquier alimento que se le ofreciera.

Adapa nunca supo que su rechazo no lo mantuvo con vida, sino que, por el contrario, contribuyó a su muerte en un futuro lejano.

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