Prohibida desnudez

 


La caza había sido provechosa, y al Gran Rey de Pratishthana, a quien llamaban Pururavas, se le encontraba descansando después de varias horas de montar a caballo. La frescura de las flores y la brisa del bosque húmedo lo mecían en un dulce adormecimiento casi musical.

Poco a poco, abrió lentamente sus párpados oscuros y se encontró con la imagen de una belleza inusual, casi perturbadora, que inmediatamente lo embriagó de algo que probablemente era amor. Aquella frágil figura lo miró atentamente, mostrando inocencia en su coquetería y dando la impresión de entregarse a la ingenua admiración que solo se encuentra en corazones puros.

Así, con una tímida sonrisa y los ojos incrédulos del rey, aquella belleza comenzó a danzar frente a él, desplegando sus encantos como si fueran un regalo divino. Con modestia y ternura, supo elevar oportunamente la mirada hacia él y luego bajarla con fingida modestia, como solo las más experimentadas en el arte del encanto femenino saben hacer.

Enamorado hasta lo más profundo de su ser, el rey se entregó a ella sin restricciones, y finalmente, ella reveló su verdadera identidad.

-Soy Urvashí, una de las gandharvas, y me someto a la voluntad de Indra - dijo ella.

-Tus gracias no son humanas, mi pequeño regalo divino.

-Todo es tuyo, amor y voluptuosidad. Porque al igual que tú, también estoy afectada por este gran e insensato sentimiento.

-Quédate conmigo, porque tu ausencia solo abrirá mis venas en un mar de ansiedad y delirio.

-Irme de ti ahora también me llevaría a la locura, pero debo pedirte una cosa.

-Lo que sea.

-Jamás debes mostrarte desnudo ante mí, o en ese mismo instante partiré de ti sin retorno.

-Que así sea tu voluntad.

Mientras tanto, en medio de su anegada felicidad, retumbaba el trueno de la tormenta y los gandharvas yacían en el suelo, observando el vacío que su compañera había dejado debido a ese amor, y celosos de su relación con aquel rey mortal, idearon un plan para obligarla a regresar a los bosques con ellos.

Una tarde, después de regresar a su palacio tras cumplir con sus deberes como soberano, llegó temprano a casa para deleitarse con ese amor infinito que no se agotaba entre los brazos de Urvashí. Sin embargo, al entrar en sus aposentos, un fiel sirviente le explicó la repentina partida que ella había tenido, ya que un ladrón había raptado el fino cordero que siempre la acompañaba.

Alarmado, Pururavas se dirigió al bosque en busca de ella. Y ocurrió que una tormenta furiosa se desató con fuerza sobre su cuerpo y su angustia. Sin importar las consecuencias, corrió desesperado, gritando el nombre de su amada y desgarrando sus ropas con cada tropiezo en piedras y ramas.

Tarde se dio cuenta del engaño, y al llegar a una laguna en el centro del bosque, vio la sombra de ella, ensimismada por la belleza del lugar. En ese instante, un fuerte relámpago iluminó los cielos. Urvashí vio entonces la figura desnuda de su amado y desapareció de inmediato, sin dejar rastro, dejando a un desencajado, destrozado y abandonado Pururavas en la orfandad de ese amor.

Comenzó así una penosa búsqueda incansable para encontrar a su amada, olvidando casi por completo las riquezas que poseía en su reino despojado. Padeció innumerables demoras para recuperar la cordura y se vio obligado a soportar la vejación de numerosas injusticias.

Los dioses observaron la angustia que lo consumía y decidieron mostrarle el camino para encontrar a su amada. Se transformó en un gandharva y finalmente encontró a Urvashí en el paraíso de Indra.


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