Prohibida desnudez
La caza había sido provechosa, y al Gran Rey de Pratishthana, a quien llamaban Pururavas, se le encontraba descansando después de varias horas de montar a caballo. La frescura de las flores y la brisa del bosque húmedo lo mecían en un dulce adormecimiento casi musical. Poco a poco, abrió lentamente sus párpados oscuros y se encontró con la imagen de una belleza inusual, casi perturbadora, que inmediatamente lo embriagó de algo que probablemente era amor. Aquella frágil figura lo miró atentamente, mostrando inocencia en su coquetería y dando la impresión de entregarse a la ingenua admiración que solo se encuentra en corazones puros. Así, con una tímida sonrisa y los ojos incrédulos del rey, aquella belleza comenzó a danzar frente a él, desplegando sus encantos como si fueran un regalo divino. Con modestia y ternura, supo elevar oportunamente la mirada hacia él y luego bajarla con fingida modestia, como solo las más experimentadas en el arte del encanto femenino saben hacer. Enamorado